Gordolobo, chupamieles, zaragotana o carretón. Son algunos de los nombres populares de las especies vegetales que crecen en el descampado de la calle de los Naranjos, localizado justo a la espalda del centro escolar Sierra de Adamuz. Algunas de estas plantas, llamadas malas hierbas en otros contextos, desprenden una mezcla de aromas y colores bajo el sol primaveral del Alto Guadiato, y se integran de manera armoniosa en un ecosistema que no siempre se lo puso fácil.
Donde hace poco menos de dos décadas un campo de olivos copaba el paisaje, y en un terreno aún ajeno al abrazo del cemento y el hormigón, hoy crecen de forma espontánea más de una veintena de plantas, Especies ignoradas hace tan sólo unos días, pero que ayer adquirieron la titularidad de “plantas vecinas” para los escolares adamuceños que participaron en la actividad ‘Planeta Barrio’, un proyecto de alfabetización científica y ambiental que apuesta por poner en valor la biodiversidad del entorno cercano.
Más de medio centenar de estudiantes de 5º y 6º de Primaria, bajo la batuta de la divulgadora y bióloga Sara Parras, se lanzaron a la calle, lupa, lápiz y cuaderno en mano, para escudriñar los secretos de las plantas con las que conviven a diario. “Acercar todos estos pequeños tesoros que por desconocimiento no ponemos en valor fue uno de los motivos que nos empujó a participar en esta iniciativa”, subraya el director del centro escolar, Antonio Martín-Fontecha, quien tiempo atrás vivió su infancia en esas mismas aulas. “Es importante conocer la realidad de justo al lado, familiarizarnos con especies que no somos conscientes que tenemos al alcance de nuestra mano”, afirma.
De esta forma, el alumnado participante pudo comprobar sobre el terreno cómo algunas de estas especies vegetales despliegan distintas estrategias para aferrarse a la vida. Porque si la Erodium Malacoides, más conocida como relojitos, se enrolla sobre sí misma como un diminuto taladro para penetrar la tierra, la caléndula desarrolla semillas con formas distintas, diseñadas para alcanzar diferentes distancias y aumentar sus posibilidades de arraigar.
Junto a ellas, la avena loca, el trébol blanco, la flor del muerto o la hierba de San Juan fueron otras de las plantas localizadas por el alumnado, en un descampado convertido por una mañana en un aula sin paredes. Un espacio en el que, si antes sólo había maleza, hoy se revela como un reservorio de biodiversidad en el que cada semilla cuenta una historia. En el que la vida se abre paso sin pedir permiso.