martes, 27 de septiembre de 2016
Restauradas tres estatuas policromadas únicas en todo el Imperio Romano
¿Qué más puede pedir Augusto, el hombre que cambió la floreciente república romana por un imperio hereditario, el gobernante que más tiempo estuvo al mando de esa gran civilización, uno de las personas más poderosas de la historia de la humanidad? Su conversión en un dios parece un buen reconocimiento para cuando ya no esté entre los mortales. No en vano, con Augusto nació no sólo el Imperio Romano, sino también el culto religioso a su líder. A finales de 2011, un hallazgo sacudió el yacimiento de Torreparedones (Baena, Córdoba) y el pontífice máximo regresó a su trono. Amontonados y ordenados, aparecieron decenas de fragmentos de tres esculturas, dos masculinas y una femenina, sentadas y fabricadas en mármol. La restauración de esas piezas ha permitido descubrir que dos de ellas representan a Augusto y a Calígula, otro conocido emperador de Roma, en un modelo único que no tiene parangón en cualquier otro lugar en Europa, África o Asia que fuera hollado por el estandarte del SPQR.
El valioso descubrimiento de las tres estatuas sedentes, las dos masculinas de los emperadores y otra femenina, posiblemente de Livia, viuda del propio Augusto, se halla ahora depositado en el Museo Histórico de Baena. Allí han sido presentadas a la sociedad, como resultado de un trabajo de investigación en el que han participado la Universidad de Córdoba, arquitectos municipales y restauradores de una empresa especializada. Recompuestas como si fueran un puzle desde las piezas encontradas en la curia de la colonia romana de Torreparedones, las esculturas presentan otra singularidad: en sus pliegues se hallaron pigmentos que permite reconstruir el color original con el que fueron adorados estos gobernantes pétreos.
“En ninguna parte del imperio se han localizado representaciones de este tipo”, subraya el catedrático de Arqueología de la UCO Carlos Márquez, responsable del equipo científico que ha estudiado las piezas arqueológicas. La primera de ellas se moldeó bajo el modelo divus Augustus Pater, esto es, a Augusto cuando fue elevado a los altares. Bajo este criterio se representa también a Calígula, calzado con botas militares, uno de sus rasgos identitarios. No en vano, Calígula es un diminutivo de caliga, la sandalia de los legionarios. “Ahora podríamos llamarlo el Botitas”, bromea Márquez. La representación femenina también responde al modelo. Después de que los restauradores recompusieran en los últimos meses los fragmentos hallados en el yacimiento, las estatuas se presentan casi completas, pero descabezadas. Era normal en la escultura romana que estas piezas fueran independientes y se ajustaran luego al cuerpo. En el Museo Histórico de Baena ya se conservaba la cabeza laureada del propio Augusto, otra valiosa pieza.
Fabricadas en el siglo I de nuestra era (Augusto murió en el año 16, Calígula en el 41), las estatuas, según relata el director del museo, José Antonio Morena, “fueron ocultadas en algún momento de finales del siglo II”, probablemente por causa de una guerra civil romana. Los colonos querrían conservar a sus divinos emperadores, que presidían el foro, de los peligros de un ataque enemigo. El hallazgo de los restos se produjo en la curia de la colonia Ituci Virtus Iulia, la actual Torreparedones. La curia era una sala de reuniones de la vida pública del asentamiento. Seguramente “procedieran del templo anexo”, ha explicado Morena. Gracias a la restauración, las esculturas sedentes “parecen haber cobrado vida”, ha valorado el especialista.
Sentadas, togadas y con un gesto mayestático, las representaciones conservaban además algo de su colorida estética. Las estatuas masculinas estaban pintadas en tonalidades purpúreas, amarillas ocres y blancas; mientras la femenina era representada en tonos rojizos y azul egipcio. Descubrir los mismos pigmentos que vieron los colonos hispanorromanos “es una novedad puesta en relieve a nivel internacional”, afirma Márquez. Se ha logrado a partir de la aplicación de técnicas de espectrometría Raman, fotografía multiespectral e infarroja y estudios de luminescencia por parte de los arqueólogos de la UCO. Junto a la recuperación de las figuras se exhibe también una representación gráfica de cómo fueron sus entronizadas magnificencias.
Transferencia del conocimiento en humanidades
La recuperación de este patrimonio no fue sencilla. En el momento de su descubrimiento, las piezas encontradas se encontraban “en un estado complicado y peligroso”, al hallarse en contacto con el suelo, con restos de humedad, con oxidación en los anclajes y por la aparición de microorganismos y sales solubles, recuerda restauradora Ana Infante, de la empresa Gestión y Restauración del Patrimonio Histórico. Armadas en el taller de restauración sus extremidades al tronco, la apariencia actual es muy completa. Las estatuas tienen unas dimensiones mayores que una figura humana al natural y se asientan sobre un atril, como pudieron estar en su apogeo.
Al incorporarse al museo histórico de la localidad, este recinto expositivo adquiere “un nivel cercano al de otros museos arqueológicos”, afirma el alcalde de Baena, Jesús Rojano. El regidor recuerda la importancia de apostar por la investigación científica también en el ámbito de las humanidades. “En nuestra localidad, y gracias a los fondos europeos que la han sustentado, ha permitido emplear a varias personas, especialmente mujeres”. Por ello, Rojano confía en que pronto se resuelva la nueva convocatoria, para proseguir con las exploraciones del sitio arqueológico: “Estamos convencidos que en los próximos años podemos seguir asombrando al mundo con nuestros hallazgos”.
La llegada de estos insignes residentes al museo supone, a juicio del catedrático Márquez, “un acto que sirve para devolver a la sociedad lo que nos encargó a través del estudio arqueológico realizado, es el pago que realizamos para devolver la inversión pública realizada y que nos ha permitido investigar una época y obtener unas conclusiones históricas muy valiosas”. “Además de generación de conocimiento y del avance científico logrado, la transferencia de este conocimiento permite el desarrollo económico y local en su entorno más próximo”, reafirma el rector de la Universidad de Córdoba, José Carlos Gómez Villamandos.
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